En mi opinión, es un nefasto y tremendo error de la RAE admitir palabras de nuevo cuño con «una voluntad de transgresión de las normas ortográficas» a menos que su uso frecuente durante decenas de años lo hayan incorporado definitivamente al idioma, que no es el caso de las palabras relacionadas con el movimiento «okupa», que por ahora son únicamente nuevas palabras de moda debido a una fenómeno social relativamente nuevo.
El problema principal de aceptar alegremente transgresiones de las normas ortográficas con una larguísima tradición, es que nos quedamos sin normas ortográficas, y por tanto sin criterio objetivo para no incorporar «tod@s», «xq», «awevo» o lo que apetezca en cada momento. Adiós idioma, adiós.
Pero además, «okupar» es doblemente innecesaria porque no se trata de nueva palabra como «friki» sin un claro sinónimo en español, ni una abreviatura imaginativa. Resulta que es simplemente «ocupar», un verbo de toda la vida, pero mal escrito, y que se puede usar en lugar de «okupar» sin que cambie un ápice el significado de la frase.
Además, como fonéticamente son indistinguibles, en el español hablado no existe tal palabra, de modo que lo único que se consigue es que una única palabra se pueda pueda escribir correctamente de formas diferentes, pero sólo en determinados contextos. No cabe mayor inconsistencia para el idioma.
Así volvemos al Cantar de mio Cid donde el mismo verbo se escribía cada vez de una forma distinta, pero antes estaba naciendo un idioma y ahora nos empeñamos en su eutanasia aunque goce de buena salud.
Precisamente, el emblema original de la RAE original tenía la leyenda «Limpia, fija y da esplendor», porque se creó con el propósito de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza», y desde luego, la incorporación de «okupar» no ayuda a fijar las voces, ni a la pureza del idioma y menos aún a su elegancia. Al contrario, es un ataque en toda regla a los propios principios fundacionales de la RAE.
Ojalá esta ocurrencia de la actual RAE quede anulada en la práctica por las normas que ya fijaron sus antecesores y los propios hispanoparlantes, como ha ocurrido con el intento de quitarle la tilde a «sólo» y «ésto».