Esta respuesta debe ser tomada con cautela, dado que es mera especulación. Aparte del origen mencionado en los comentarios, por el cual la expresión debe entenderse literalmente al ser el moco de pavo la parte menos importante y menos valiosa del animal, podría haber una explicación un poco más erótico-festiva.
Quedaba un musulmán de bigotazos
que quitaba los virgos a porrazos
engendrador a roso y a velloso
y eterno atacador del sexo hermoso.
Éste, pues, embistió con la beata,
ella en sus movimientos se desata;
él se procura asir con fuerte mano
y su giro burlar, pero fue en vano,
que al choque impetuoso
el árabe rijoso
se sintió vacilante y, reculando,
perdió su dirección allí luchando.
Empeine con empeine compitieron,
el choque repitieron,
y al golpe la erección del moro bravo
vino a quedar en un moco de pavo.
- Felix María Samaniego, "El jardín de Venus", España (a 1797)
La expresión "ser moco de pavo" ya viene recogida en el primer diccionario de la RAE, el de autoridades, en 1734, antes de escribirse este poema. Sin embargo, esta historia podría apuntar a un origen del término por el cual un miembro que parezca "un moco de pavo" es inútil, no sirve para su función procreadora, y por tanto no tendría valor.
Otro ejemplo del mismo libro:
En la ciudad alegre y renombrada
que riega, saltarín, Guadalmedina,
empezó a padecer de mal de orina
una recién casada
de edad de veinte años,
a quien vinieron semejantes daños
de que su viejo esposo,
setentón lujurioso,
por más esfuerzos que a su lado hacía
y con sus refregones la impelía
al conyugal recreo,
jamás satisfacía su deseo,
quedando a media rienda el pobrecito
con un moco de pavo tan maldito,
que la moza, volada,
enfermó de calor. ¡Ahí que no es nada!
Así que cuando alguien tiene algo que "no es moco de pavo", imaginaos lo que tiene. En todo caso, esta alegoría de comparar el moco de pavo con cosas flácidas no es nueva. También tenemos este otro texto, bastante anterior:
Incorpóranse a la procesión, que se va componiendo de alumbrantes tarascas; y por el camino va uno, empleándose en dar con el capirote a cuantos pobretes ve, hasta que al dar a uno se le ase y quita de la cabeza, con que descubre una cara de tarasca vinosa, obligándole a dar el hacha a otro, en cuanto se pone el capirote ya hecho pedazos, que al levantarle se le cae la mitad a las espaldas, quedando como moco de pavo.
- Francisco Santos, "Las tarascas de Madrid", España (1665)
En este caso lo que se compara es un capirote, que tendría que estar tieso y apuntando hacia arriba, pero que en vez de eso se ha quedado colgando por detrás, sobre la espalda, perdiendo así su majestuosidad el portador del mismo (quedando sin importancia). Lo cual podría dar algo más de validez a la teoría.